Hurtos constantes atemorizan a los estudiantes de la Unimagdalena
Los alumnos son intimidados por los delincuentes y despojados de sus pertenencias.
Por: Margarita Name

De Izquierda a derecha: Margarita Name entrevistando a Laura Serrano


Propietario de uno de los negocios afectados por la inseguridad.

De Izquierda a derecha: Margarita Name entrevistando a Laura Serrano
“Espero que hoy no me atraquen”, esas palabras las pronuncia a diario Laura Serrano, hurtada en tres ocasiones al salir de su casa rumbo a la Universidad del Magdalena, donde estudia ingeniería civil.
Serrano se encomienda a todos los santos posibles y sale a su clase de siete con la esperanza de encontrarse a una persona conocida para ir conversando en el camino y distraerse del miedo que la embarga. Cuando llega al alma máter siente un profundo descanso que se esfuma a la hora de la salida; por la cercanía, desearía irse a caminando pero prefiere esperar el bus o parar a un mototaxista, aunque esta alternativa también es un riesgo para ella.
Ha tenido que sacar en tres ocasiones la cédula, comprar maletín y la infaltable calculadora, uno de sus más preciados tesoros; con la voz entrecortada recuerda las veces en las que fue despojada de sus pertenencias: “Me atracaron de día, de tarde y de noche. La primera vez me mostraron un puñal, la segunda un revolver enorme y en la tercera sólo sentí la voz del muchacho y sus rudas palabras, sin mirarlo a los ojos le entregué mis cosas y corrí. Cada vez siento más temor y compro celulares más baratos para evitar el susto. A veces no quiero ir a la U pero no tengo otra opción”, expresó.
Casos como el de Laura ocurren todos los días y se comentan entre los estudiantes de la institución, quienes con temor de ser robados, violentados e incluso asesinados si ponen resistencia, asisten a las clases.
Esta situación no es nueva, se viene presentando en los últimos años y su incremento se debe al mototaxismo, a la inequidad y a la poca acción de la fuerza pública.
Carmen Mancera, dueña de una pensión contigua a la universidad y testigo de varios atracos cerca a su residencia, ve con tristeza cómo sus frecuentes llamadas telefónicas a la Policía no son atendidas y si lo son, llegan tarde a la escena del suceso: “Me canso de llamarlos y vienen a las dos horas porque según ellos estaban resolviendo algo más importante. Para solucionar las cosas, mandan cuatro pelagatos por unos días y después se van, cosa que perjudica a los chicos porque ellos llevan la tableta, el celular, dinero en efectivo, en fin. Yo siempre les advierto a mis pensionados que se vayan en grupo”, precisó.
Los estudiantes no son las únicas víctimas, también los propietarios de los negocios aledaños al campus reciben la vista de estos delincuentes que no desaprovechan la “oportunidad” para intimidarlos y obligarlos a que entreguen el dinero de lo producido del día.
Benjamín Zuluaga hace algunos meses quiso poner en venta la tienda que con tanto esfuerzo ha levantado debido a las constantes amenazas y agresiones por parte de los ladrones, expresa con indignación como llegan en las motos, cruzan un par de palabras y después enseñan el arma de fuego: “Ya ni en las mujeres se puede confiar porque la última vez que estuvieron aquí la parrillera, una chica que no pasaba de 20 años, llevaba la pistola”.
Al parecer, quienes roban a los jóvenes estudiantes son otros jóvenes. Unos lo hacen por gusto, pero la mayoría por necesidad a raíz de la falta de oportunidades para progresar.
¿Qué pasaría si estos delincuentes tuvieran acceso a la educación? Seguramente serían compañeros de sus víctimas y en un futuro profesionales para aportarle un grano de arena a la sociedad.